Primer Baño como Fotógrafo Acuático de Surf en Mundaka: Desafíos y Aprendizajes

Primera experiencia como fotógrafo acuático de surf en Mundaka: desafíos, olas y aprendizaje en una de las mejores izquierdas del mundo.

Midiéndome con Mundaka

Llevaba tiempo con la intención y ganas de comprarme una carcasa y, desde que llegó, la idea de poder algún día entrar al agua en Mundaka me rondó. Como esa canción que se te queda grabada en la cabeza y la tarareas involuntariamente en cualquier lugar, indiferentemente de lo que estés haciendo y de qué hora sea. Este lugar icónico de nuestras costas, del cual podemos sentirnos orgullosos de preservar y disfrutar, es conocido en todo el mundo.

No sabía cuándo iba a llegar ese día ya que mi estado físico no era ni la sombra de lo que era. Me atrevería a decir que era el peor. Hubo un intento fallido debido a no poder compaginarlo con el trabajo, lo cual aumentó mis ganas de intentarlo. Después de semanas viendo partes, la ocasión llegó al fin el jueves pasado.

Llevaba una semana con las tripas mal. No sabía si había cogido frío en el último baño en Meñakoz o era algo que me inquietaba, pero esta vez no quería perder la oportunidad. Me pasé toda la semana cuidándome, como si de una escafandra se tratase, poniéndome ropa hasta arriba. Llegó la noche anterior y, junto a los preparativos, llegaron los nervios. El no poder cuadrar el baño con ninguno de mis amigos, la inexperiencia y el sentirme fuera de mi zona de confort, hacían que por mi cabeza desfilaran sin parar diferentes situaciones, desde situaciones utópicas hasta situaciones límite.

La mañana empezó con la misma tónica de días anteriores, una mañana oscura y fría a la que la lluvia respetó. A pesar de todo, las previsiones eran buenas. La ocasión lo merecía. Una vez elegida la playlist del día, me puse en marcha. Entre las curvas consecutivas y subidas y bajadas de puertos, la situación no había cambiado: la ruleta de la imaginación seguía rodando esperando pararse en el escenario que vería a continuación.

Las previsiones se cumplían y Mundaka no fallaba. Con la marea a punto de bajar por completo, junto a la siempre observadora Santa Catalina, el line up me desvelaba lo que me depararía en el agua. Iba a ser un día peleón.

Con escasos cuatro baños con la carcasa, con miedo y con más dudas que certezas, me encontraba flotando en la bocana del puerto mirando por la ventana que conformaban los dos diques. Como si de un salto de fe se tratara, dejé que la corriente me sacara a la ría. Me sentí como Russell Crowe saliendo por primera vez al coliseo en Roma. No había ni tigres ni cuadrigas, pero como de una línea de montaje de coches se tratara, las olas no paraban de llegar.

Una vez pasado el pico, ya no me sentía tan solo. Había bastantes caras conocidas. En la serie, con cada ola, el horizonte y el cielo desaparecían, haciéndome sentir encerrado en la amplitud de la ría. Tenían una primera parte en la que destacaba el tamaño, para tomarse un respiro a mitad de camino y terminar entubándose en sus secciones finales.

En un primer contacto, decidí tomármelo con tranquilidad y colocarme en una zona alta, en la que teniendo buena perspectiva pudiese remontar con tranquilidad. Me fui encontrando más a gusto y decidí empezar a bajar a zonas más exigentes. La corriente allí era más fuerte y el duelo personal con ella seguía.

Es ahí donde logré cruzarme en el camino del protagonista de hoy en las fotos y video, Aritza Saratxaga. Como si de un mantra se tratase, susurraba repetidas veces «concéntrate». Pero a veces, era inevitable perder esa concentración para quedarse absorto disfrutando del momento. En ocasiones, era mejor dejar la cámara a un lado y disfrutar del momento.

De los baños en Meñakoz, era consciente de que tenía que mejorar mi capacidad de bucear las olas. En la primera ocasión me sorprendí a mí mismo y pasé la ola sin problemas. Me gustó notar cómo el paso de la corriente de agua que llevaba consigo la ola acariciaba mi espalda. Pero en siguientes ocasiones, el resultado iba a ser muy diferente.

Llevaba más de hora y media y, debido a que me encontraba algo cansado, empecé a pensar en salir. Fue cuando me encontraba en la zona más baja de la rompiente, cuando vi esa serie tan marcada. Sabía que no iba a poder llegar a pasarla por encima. Esta vez, en vez de una caricia, me encontré con la cara menos amable del mar. No sabía dónde estaba la superficie. Debajo del agua, la ola me movía de un lado a otro y en ocasiones me empujaba hacia el fondo sin poder poner remedio a ello. No pasó pronto y, tras repetidas salidas a la superficie con apenas tiempo para coger una bocanada de aire, la serie pasó y la ría me dio un respiro.

No sé si algún día me acostumbraré a esto o le cogeré gustillo, pero no es una de las razones por las que uno se mete a hacer fotografía acuática. Me causa una sensación agridulce.

Tras pasar la situación más complicada de todo el baño, decidí tomármelo como una señal y dejarme llevar por las olas para poder salir. La corriente me había llevado más cerca de Laida que de la iglesia Santa Maria, por lo que todavía quedaba un último esfuerzo antes de poder descansar. Con las aletas y la cámara a cada lado, empecé a cruzar todo el pueblo parándome con fotógrafos y surfistas con los que había coincidido en el agua. Coincidíamos, había estado peleón. De camino al coche no quitaba la mirada de la ría. Quería ser consciente de dónde me había metido y revivir el baño antes de cambiarme.

En la última parte del baño había empezado a salir el sol y decidí acercarme a donde había empezado todo antes de despedirme de Mundaka. Me encontraba sentado al borde del dique, alargando la mañana y disfrutando del momento. Siempre pienso que podría haber hecho más y mejor, pero estoy satisfecho con lo conseguido. No está mal para un principiante.

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Visita la sesión realizada el 18/11/2021 en Mundaka.

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